Sunday, July 13, 2008

Paseo en bote

La Serena, llegué ayer al mediodía, del 2002

Querida amiga:

Estaba visitando en Santiago a mi amiga Ximena, en el día de su muestra de arte, cuando comenzó todo.

Tengo un amigo de gran labia que tiene el don de ahogar el espacio compartido. Es un latero. Te habla y habla constantemente de puras tonteras. Al menos eso creo, porque cuando comienza a hablar cierro mis oídos y me pongo a pensar en cualquier cosa. Así, cada cierto rato meneo la cabeza asintiendo como si le encontrara la razón. El cuento está en que me dijo esa noche que, al día siguiente, me iría a visitar para conversar durante la tarde. Abrumado por una pronta visita de este respirador de mundos ajenos, ideé una salida que me alejara de una aburrida tarde y le dije que tenía que ir al doctor. Porque definitivamente, ¡no lo aguanto!.

Fui a visitar a Yagar Smith Sepúlveda. Pensaba que algún viaje astral podría ser la solución para alienarme un poco de el estrés cotidiano y, de paso, sacarme de encima a este non grato amigo..

Sentado frente a un caldero, el doctor Smith Sepúlveda mezclaba distintas hierbas y hongos que nos transportarían a planos interdimensionales. Yagar revisaba la receta, tomaba extraños frascos y vertía los contenidos con gritos y saltos que recordaban, a primera vista, a esos zulúes que aparecen en las películas antiguas.

Yagar se detuvo en un momento y observó su monumental especiero acuciosamente. Estuvo bastante tiempo en esta tarea. Miraba su librito de recetas y el especiero, miraba el especiero y su librito. Con cara de ¡que diablos!, asomaba sus tremendos ojos entres los frascos y olía su tapas tratando de descubrir algo. ¿Qué sucedía?, ¡ni idea!. En un minuto pensé que había conseguido lo suyo porque sus blancos dientes afloraron entre sus rojizos e hinchados labios. Extraño. En un segundo cambió su actitud. Se puso blanco, imagínate, ¡blanco!. Lanzo un grito tan fuerte de ira que no se escuchaba nada. Parecía que Yagar se desinflaba, pero para adentro. Con la boca tan abierta que podría haber cabido un piano, el doctor Smith parecía no respirar. Asustado por que algo grave le pasara, me acerqué a él con la intención de brindarle primeros auxilios antes de llevarlo a un hospital. Suponía que algo letal había salido del frasquito y que en cualquier momento me iba a quedar sin mi médico brujo personal.

Mientras levantaba sus brazos y los batía de arriba hacia abajo le pregunté que le pasaba.

- ¡Faltan papayas! – me dijo desanimado.

¡Pastel!, ¡que rabia me dio!. Imagina que pensaba que este negro no pasaba Agosto y el muy alaraco se ponía como vieja con hipo porque le faltaba una simple fruta entre sus miles de frascos rebosantes de especias extrañas. Me entró algo así como una furia. Le grite un poco y le dije que no fuera extremista y que no era prudente que hiciera semejante escándalo solo porque le faltaba una frutita. Le pasé su abrigo, porque tampoco sería muy bien visto que saliera a la calle con su taparrabos ritual, y lo invité a ir de compras al supermercado. La solución era obvia. Compraríamos papayas por kilo o, por último, en conservas.

- No es tan simple – dijo mirando el frasco. – Necesitamos papayas indómitas. Es importante que nadie haya puesto mano en ellas.

¿Papayas indómitas?, ¡qué ridículo!. Me sentía en una nueva película de Bergman. Ya estaba seguro que Yagar diría que hay que ir a buscarlas a la Serena. Aunque no era una mala idea. Un viajecito no caería nada de mal. Había un solo problema. Dinero.

- ¿Oye?, ¿Sabes qué?, Si quieres ir a la Serena va a tener que ser mas adelante. Estamos a casi fin de mes y mis arcas están vacías.-

- No hay problema. ¡Nos vamos en bote!.-

Ahora si que estaba chiflado. Si bien es difícil salir en auto de Santiago, ¡Yagar quería hacerlo en bote!.

Tomó un par de remos que adornaba una de las paredes de la consulta, un saco marinero y me pasó un chaleco salvavidas y me dijo que lo siguiera. Salimos de su departamento y comenzamos a bajar las escaleras mientras se colocaba el chaleco. Me sentía ridículo, pero lo imité. ¡Imagina!, dos tipos caminando por el centro de Santiago con un remo cada uno y un chaleco salvavidas naranjo. ¡Que vergüenza!.

Cuando llegamos al primer piso, iba caminando con la cabeza a gachas en dirección a la puerta pero la voz de Yagar me detuvo.

- ¡Por ahí no!. Es por acá.-

Yagar siguió bajando un piso. Llegamos al subterráneo, ahí donde están las calderas.

¡Perfecto!, lo que faltaba. Estaba claro que íbamos en busca del bote. Si ya me sentía ridículo como estaba vestido, mas encima tendría que ir con una canoa, porque según el estilo de Yagar no podría ser otra cosa, acarreándola por Santiago, y quizás hasta donde. ¡Seguro!, al Mapocho. ¡Que vergüenza!.

Para mi sorpresa, no había ningún bote en el subterráneo. Extrañado le pregunté a Yagar que pasaba. Cuando me respondió con una acción, dejé de caber en mí.

El doctor Smith levantaba una tapa de alcantarillado y se internaba en el inframundo Santiaguino. ¡Basta!. ¿Iríamos a la Yagarcueva?, este tipo tenía mas recursos que Batman. ¡Efectivamente!, mas recursos que cualquier superhéroe. Junto a un pequeño y oscuro canal, ¡Yagar tenía una canoa india!. Nos subimos y comenzamos a remar.

Sin ninguna esperanza, comenté a Yagar que el viaje sería imposible, que estaba muy oscuro y que el olor a cloaca me estaba enfermando.

- Deja de alegar y rema, ¡estúpido hombre blanco! – cuando se molestaba conmigo me llamaba así. –El problema de ustedes es la fe. Debes confiar y seguir remando.- me puso un perro de ropa en la nariz para el olor. -Ya falta poco.-

¿Falta poco?, ¿Ya llegamos?. Era imposible que llegásemos a La Serena en tan poco tiempo. Serpenteando por el sistema de drenaje de la capital, con suerte llegaríamos al Mapocho. Era lo lógico. De hecho, ¡ahí fue donde llegamos!.

Después de un par de vueltas, una luz al final del túnel me cegaba. Doy gracias a que no estaba la silueta de mi abuelo recibiéndome porque me habría hecho en mis pantalones.

De a poco, todo empezó a tener mas definición. Unas gaviotas, un par de palos flotando, otros desechos indeseables adornaban con extraña belleza nuestro ocre riachuelo emblemático. ¡Habíamos llegado al Mapocho!.

Entregado a un vergonzoso Fatum, me disponía a ser el hazmerreír de la población Santiaguina cuando...

- ¡Dobla a la derecha!-

Yagar comenzó a remar con fuerza para contrarrestar mi giro. Era lógico. Si habíamos salido al Mapocho, lo mas normal era seguir el curso del río hasta donde este desemboca en el mar. Pero se me olvidó un factor importante: Mi extraño y poco ortodoxo médico brujo personal.

Comenzamos, con una fluidez extraordinaria, a ir río arriba sin remar con mucho esfuerzo. La corriente del Mapocho no era un gran problema.

Con todo esto de ir hacia la cordillera, se me había olvidado mi vergüenza. Ya había pasado por alto que íbamos vestidos con chalecos salvavidas y que yo, en plena nariz, tenía puesto un perro de ropa. Así remamos gran parte de la tarde.

Algo que me llamó la atención es que nadie nos vio. Yo esperaba que al menos un par de curiosos nos miraran. De hecho, aunque suene un poco ególatra, esperaba que la televisión nos grabara para salir en alguno de estos programas misceláneos que cada tarde invaden la televisión chilena. Así pensaba que íbamos a ser la gran noticia de la tarde, apareciendo en todos los medios de comunicación y que esto traería a los curiosos que invadirían cada borde del río con insultos, burlas y algunos gritos de apoyo. Pero nada. La culpa se la echo a los escolares. No es que tenga gran recelo contra ellos por habernos quitado la noticia del día, pero es que esto tipos empezaron mas temprano que nosotros y ya tenían toda la cobertura de la prensa.

Por si no te habías enterado, los escolares estaban en paro. Muy temprano, se tomaron la Plaza Italia y comenzaron a tirar piedras a todo el que pasaba. Micros, peatones y carabineros eran el blanco perfecto de estos pequeños Barrabases quienes tapaban a peñascos a todo lo que se moviera en la Alameda. Así colapsaron el tránsito en Santiago. Imagina que eran tan grandes los tacos que los automovilistas, todos estresados, aun más que yo, miraban solo al frente mientras manejaban.

¡Al menos nos deberían haber visto los peatones!, con esto de pasar desapercibido me estaba estresando de nuevo, pero cada uno caminaba tan rápido, ocupado en sus asuntos, que no miraban al río, solo miraban al frente. ¡Nadie miraba para el lado!, por eso creo que no salimos en la tele.

Ya estaba remando aburrido, no es mucho lo entretenido del paisaje en un paseo en bote por el Mapocho, cuando vi que alguien nos miraba. ¡Fama y gloria!. Ni me acordaba de lo ridículo de nuestra acción, ni tampoco del chaleco y el perro de ropa en mi nariz.

Desde lejos vi a un tipo, que estaba parado en la mitad de un puente, con un carrito de supermercados al lado.

“¡Esta es la mía!”, me dije. “Esta persona va a ser quien nos delate”.

Siempre, pero siempre, cuando hay alguien mirando fijamente hacia alguna parte, se junta un montón de pelmazos a mirar en el mismo sentido. Es como si fuera contagioso. Lleno de gente reunida sin saber por qué.

El tipo en el puente comenzó a mover el brazo de un lado hacia otro, tratando de llamar nuestra atención. De inmediato comencé a mover el mío para que supiera que ya lo había visto, pero este no dejaba de agitar el suyo. Era como si no me viera. Un poco molesto, porque ya tenía mi brazo acalambrado de tanto moverlo, le pregunté a Yagar si es que nos había hecho invisibles. A lo que comenzó a dar carcajadas tan fuertes que casi nos volcamos.

- ¿De donde sacas tanta pregunta rara? – me dijo. – ¿Crees que voy a gastar lo poco y nada que tengo de rayos de luna para hacer pasta invisible?. ¿Te comiste alguno de mis hongos que estaban en la mesa?. Porque si es así...-

Con el dedo le indique, ya molesto, al tipo del puente.

- Hace rato que ese tipo extraño me está agitando la mano. Ya estoy cansado de agitar la mía. Santiago está lleno de este tipo de locos, ¿no?.

Desde que me referí a ese tipo como extraño, Yagar comenzó a fruncir su ceño.

- Es que no es para ti. Es para mi.- levantó su brazo y saludó.- ¡Eh!, ¿cómo esta mi amigo?.-

- ¡Yagar!, tanto tiempo. ¿En que andas?.- Un acento medio gitano me decía que este tipo era idem.

- Voy a La Serena. ¿Y tu?..-

- Voy a la protesta a vender bebidas. Siempre hay que buscar nuevos mercados. ¿Quieren una bebida?. Se las regalo.

- ¡Yo no!, ¡gracias!, pero dame una para mi amigo, el paliducho. – El tipo me lanzó una bebida junto a una sonrisa irónica.

- Ya, me voy ante que otro se ponga a vender primero. Que te vaya bien. Chao.-

- A ti también. Chao.-

Así seguimos remando, en el anonimato, en silencio durante un par de horas mientras tomaba mi bebida. Debo reconocer que algo me molestaba.

-¿Por qué me llamaste “el paliducho”?.-

Yagar esbozó una siniestra sonrisa y sin mirarme siguió remando.

- ¡Porque eres el más paliducho!. Mi amigo es más oscuro que tú, y yo, ni hablar.-

- ¿Pero no somos amigos?. A mi no me interesa que tengas otro color de piel. De hecho creo que es cool.

- ¡Ese es el punto!. Crees que es divertido tener un amigo de otro color. Le das tanta importancia como a mi amistad. A mi esto no me molesta. De hecho me da risa. Qué importa si soy negro, chino o gitano, como mi amigo. O si soy grande, chico, gordo, flaco o quien sabe de que otra forma. Lo importante es quien soy. Y que sepa muy bien quien soy. ¿Sabes bien quien eres tú?.

- ¿Pero por supuesto? – le dije medio indignado – Mi nombre es...-

- Momento – me interrumpió. – No me interesa tu nombre completo, tampoco tu profesión. A lo que me refiero es que si sabes donde está tu cabeza. Que es lo que realmente quieres y que sientes con ello. ¡Y luego que haces con todas tus conclusiones!.-

Creo que comenzaba a entender.

- No fue mi intención decirle extraño a tu amigo. Lo que pasa es que lo vi con un carrito y mientras agitaba la mano hacia nosotros esperaba que me saludara a mi. Por eso...-

- ¡No es exactamente eso! – Yagar me interrumpió un poco molesto. – Da lo mismo si es mi amigo o no. Lo importante es que no te refieras a las personas con tanta displicencia.-

- ¡Perdón!, ¡me equivoqué!. Desde ahora no voy a juzgar las frutas por la cáscara.-

- ¡Estupendo!. Piensa que no tengo medicinas para esto. Me da lo mismo si es que cuando te enojas conmigo me digas “negro de porquería” o “negro de miéchica”. Sé que conmigo estos apelativos los usas afectivamente. Pero con la gente que no conoces, ¡No pongas apelativos ofensivos!. De hecho, ¡no les pongas apelativos!. Preenjuicias.-

- Disculpa.-

- No estoy enojado. Ni tampoco quiero que pidas disculpas. Te estoy enseñando.-

- Entonces gracias.-

- De nada.-

Seguimos remando río arriba. Yagar me había enseñado que era un mago poderoso. Uno de esos que no solo sabe de magia, sino de vida. Durante el viaje me enseñó de tolerancia, respeto y comprensión. Pero nuestro tema mas profundo, y aquel que me hizo ni sentir el viaje, tuvo relación con entender a quien vive a tu lado y no mirar con prejuicios absurdos.

Un abrazo

Tapio

Pd: Te llevaré algunas papayas indómitas. Con Yagar estamos terminando de fabricar las trampas. Prepara una jaula.


"Dont Come Around Here"-Tom Petty

2 comments:

Soltaire said...

Wenísimo!
:D

MelyPaz said...

Qué buena la historia!

Saludos.