Thursday, October 08, 2009

The great pretender


"Lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de la gente existe, eso es todo."
Oscar Wilde.








Brillo, Cap II

"Fue en su cumpleaños número ocho, a pocos días de la primavera. La típica fiesta de cumpleaños donde todos los niños se sientan alrededor de una mesa tomando chocolate caliente y comiendo esas bolitas crocantes de variados colores mas todas esas golosinas llenas de ¡quien sabe que diablos colorantes y químicos!. Todo este ritual era la antesala de la clásica torta de manjar coronada con alguna vela que no se definía entre un número y la forma de algún meloso animal.

Los recuerdos de esos cumpleaños son extraños. Imaginen si no les gusta el chocolate caliente, ni las bolitas crocantes, ni el manjar. ¿Qué podría ser lo genial de cumplir años?, ¿los regalos?. ¡Falso!.

Los familiares siempre creían que con juguetes de moda ganarían la atención de un hijo, sobrino o lo que fuera. Además no faltaba quien regalaba esas prendas de ropa que nunca acertaban a menos que realmente quisieran que uno pareciera un marinerito estúpido.

Por otro lado estaban los compañeros de colegio y amigos, quienes siempre disfrutaban aquellos juguetes que regalaban los parientes, te llenaban de lápices y chocolates. ¡Los lápices ok!. Pero, ¿no les dije que odiaba el chocolate?. Siempre era lo mismo. Abrir un regalo, dar las gracias como si fuera el único en el mundo y luego pasarlos hacia un lado para abrir el próximo.

Un chocolate, dos chocolates, un lápiz, un estuche, una caja de zapatos. Momento, ¿De zapatos?. Alzando la mirada vió unos pantalones de gabardina café que terminaban en una gran barriga sostenida por un cinturón y una blanca camisa. Al seguir la inspección se mostraba un rostro bonachón adornado con esa eterna sonrisa que nadie jamás olvida. ¡El abuelo!.

Pero, ¿Zapatos?, el abuelo nunca regala ropa. Mi mamá dice que es jubilado y ellos no tienen ni cobre. Entonces, si es jubilado, ¡no creo que le alcance para un gasto tan grande!.

Tomó la vieja caja de zapatos que pesaba como si esos clásicos bototos punta de fierro que ocupan en la construcción estuviesen dentro. Pero para su sorpresa no había ningún zapato dentro de la caja. Simplemente, aquella sorprendente joya que el abuelo atesoraba tanto como los Penecas que guardaba sin empastar en unas preciosas cajas en la biblioteca.

  • Con esta máquina he tomado fotos a tu abuela, a tu madre y a tus tías –. Le explicaba el venerable pariente mientras le guiñaba un ojo. – ¡No te imaginas cuantas almas he capturado con esta preciosura!. Ya estas lo suficientemente grande como para que sea tuya -.

Una vez mas, era cierto. El abuelo jamás se equivocaba. Siempre parecían dos niños mientras jugaban y leían revistas de cómics. Religiosamente, cada Lunes por la mañana compraba aquellos pastiches que mas tarde leían junto a su nieto de guata sobre la alfombra. También le regalaba libros de caballeros medievales, mosqueteros, y cuanto héroe de fantasía se pueda encontrar en una librería, que finalmente le leía cada noche al acostarse.

Amigos inseparables que compartían todo, bueno, casi. Lo único que el abuelo nunca le dejaba tomar eran sus grandes joyitas, como decía él. Si bien los Penecas ocasionalmente los leía con su abuelo al lado, una vez que se había lavado prolijamente las manos, la cámara fotográfica que hoy tenía en sus manos jamás se le habría pasado por la mente que algún día iba a tomar. Pero hoy... era suya.

  • ¡Abuelito!, ¡es el mejor regalo que me han dado!. ¡Mil millones de gracias!. –

El beso y el abrazo que acompañaron a esa frase casi desnucaron al viejito. Que sincera había sido la reacción. Por lo general los niños nunca aprecian como se debe este tipo de regalos. Casi siempre esperan una pelota de fútbol para salir a la calle correr tras ella casi sin rumbo como tontos con sus amigos y luego volver todos sucios y con mil manchas de pasto en la ropa. Pero este no era el caso. Alérgico al pasto y al polvo lo habían convertido ya a sus tempranos ocho años en un niño tranquilo como una foto, como decían todas las amigas de su madre que lo conocían. Así, se había tenido que conformar con ser el clásico niño sobreprotegido por su madre, tías y amigas. En fin, estaba embobado con el maravilloso regalo de su octogenario compañero de juegos.

Alguna vez en un Peneca, quizás, había leído con su abuelo de algunas tribus indígenas quienes tenían la creencia que cuando se las retrataba, en fotografías por supuesto, su alma era robada por los hombres blancos. Un ladrón de almas, ¡increible!. Pensaba mientras acariciaba su regalo. Por su mente pasaron mil imágenes de gente de todas clases retratadas y posando para la inmortalidad. Una foto familiar, todos parados junto al sillón de cuero del abuelo en una gran foto en blanco y negro. ¡No!. ¡Voy a tomar fotos de guerra!, a ese soldado de pié en su tanque posando su victoria. ¿Y si tomo fotos medievales?, disfrazo a mis amigos y nos sacamos fotos en caballos con espadas junto a un castillo. Pero, ¿de dónde saco el castillo?. Ya sé. Compramos muchos pliegos de cartón y los dibu...

  • ¡Caín! – la voz de su madre lo sacó del trance – mira quien te vino a visitar.

Caín, quien sostenía la cámara con ambas manos volteó en dirección de su madre. Junto a ella estaba una pequeña niña con un vestido blanco que contrastaba con las llamas que caían dóciles desde su cabeza. Sus intensos ojos verdes lo miraban profundamente.

  • ¿Hola?. Feliz cumpleaños – resonó la dulce voz en el aire.
  • Caín. ¿No vas a saludar?. ¿Dónde están tus modales? – dijo su madre. – Ella es la hija de mi mejor amiga del colegio. Se acaban de mudar a una cuadra. ¿Te das cuenta lo que es la vida?. Después de tanto tiempo. ¡Y a una cuadra!.- Mientras colocaba un gorro de cumpleaños con forma de corona sobre la cabeza de la niña dijo – ¡Que linda esta niñita!. Parece una princesita – seguía hablándole al viento mientras se iba - ¿A cuál se parecería?-.

Caín estaba fuera de sí. Dos sorpresas muy grandes. Primero la cámara y luego... -Guenevere - exhaló el poco y nada de aire que había en sus pulmones, sus temblorosas y pequeñas manos buscaron el disparador de la cámara. El click sonó bajo su pequeño dedo gordo sin siquiera apartar la vieja cámara de su barriga."


Echo de menos tantas cosas en mi vida que a veces lo mucho me tapa la totalidad.... Curioso, desempolvé este texto y algo me pasó.

Ja!, Puta que cuesta contener las lágrimas en este estúpido cubículo de oficina y pasar piola. Tengo el estómago apretado pero después de leer esta mierda como que me llené de dicha. Jojojojo.... Hoy no saltaré a la línea del tren iré por una fucking impresora y me leeré en una etapa más feliz.

Nos vemos!.


Plaza Sésamo, "It's not easy being green"

1 comment:

popscene* said...

ser verde es lo mejor,
un beso!
c*